viernes, 1 de junio de 2007

La Mirada Plana

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Cuando Das Pastoras tomó aquella lata de CocaCola y empezó a amontonar la pasta de moldear que se acababa de comprar, todos los presentes alucinábamos. Aquella masa que recubría la lata iba tomando forma en las manos de Daspas y todos nos preguntamos cómo era posible que ese tipo fuera capaz de moldear con tanta soltura la primera vez que lo intentaba. La figura se iba conformando poco a poco, en un proceso fluido, sin solución de continuidad, sin brusquedades, sin violencia.



Más adelante, en una feria artesana, tuve ocasión de contemplar el trabajo de un hombre sabio que esculpía unos zuecos. De hecho, cualquier trabajo artesano provoca en mí una fascinación entusiasta. Especialmente cuando se trata de objetos tridimensionales. Aquellos movimientos precisos, aquel escasísimo margen para el error, aquellas manos privilegiadas que parecen autónomas...

Pero lo de Daspas era especial, todos los que formábamos parte del colectivo Zero admirábamos su facilidad para el dibujo y para la creación. Daspas llevaba el genio dentro, el genio de los creadores y la habilidad de los artesanos.

Yo había vivido muy de cerca el ímpetu creativo de mi padre, aunque mi padre carecía de sosiego; sufría cuando pintaba o cuando moldeaba, mi padre sufría en el proceso creativo.

Cuando hace poco contemplé un vídeo de Giacometti modelando una de sus increíbles figuras, recordé a mi padre y a Daspas. Los movimientos de Giacometti eran compulsivos, recorría obsesivamente una y otra vez los volúmenes que sus manos iban modificando a cada pasada con movimientos frenéticos de los dedos. No se detenía a contemplar el resultado, como hacia mi padre, retirándose, entornando los ojos, no, Giacometti parecía preso de un frenesí incontrolable, parecía que nunca iba a dar por buenas sus manipulaciones sobre la materia.

La compulsividad obsesiva de Giacometti, la pasión atormentada de mi padre, y la fluidez lúdica de Daspas son tres vértices que conforman un triángulo equilátero cuyo centro está ocupado por la habilidad artesanal.



La sabiduría artesanal se adquiere con el trabajo, la voluntad y la constancia, el genio se lleva dentro. Se vive con pasión, con sufrimiento, con empeño obsesivo, o con deleite, pero no se adquiere.

A veces me han consultado, padres preocupados por el futuro de algún hijo despistado perdido entre lápices y pinceles, o gentes curiosas para las que el hecho creativo resulta un misterio insondable. Nunca sé qué contestar a este tipo de preguntas. Siempre digo lo mismo, el oficio se aprende, el genio no. Conozco buenos diseñadores, buenos profesionales carentes absolutamente de genio, incluso carentes de imaginación, que a pesar de todo consiguen desarrollar su trabajo con dignidad.

Pero sólo unos pocos poseen el control sobre las formas de Daspas, un ser absolutamente desprovisto de limitaciones, con un dominio fácil de la técnica y una mente plástica y libre, un creador puro. Aquella primera figura (ignoro si ha hecho nuevos intentos) era el producto de un don natural.

Como lo es la preciosa y precisa arquitectura que conforma el entramado narrativo de toda la obra de Miguelanxo Prado. Prado llegó a Barcelona con su carpeta bajo el brazo y con todos los itinerarios del éxito trazados en su cabeza. Otro hombre tocado por un don natural, una mente compleja, organizada, inteligente, inquieta y audaz, capaz de controlar todos los resortes narrativos. Prado es el intelecto al servicio de la creación. El resultado, una obra densa, sólida y sin fisuras.



También lo es la capacidad de Garcés para combinar los colores y las formas. Aquellas formas barrocas, orgánicas y distorsionadas de Garcés cobraban esplendor con la aportación del color. Garcés es la intuición creativa.



Fueron muchos los momentos que compartimos los cuatro, muchas horas de conversación, de discusión, de trabajo.
De todas las cualidades que adornan las vastas, interesantes y complejas personalidades artísticas de mis colegas, la que yo siento más lejana es la capacidad para entender la tercera dimensión. Aquella que da profundidad a la obra. Carezco de la facultad de ver las cosas en tres dimensiones. Todo aquello que veo, que observo, que contemplo, se representa en mi cerebro en dos dimensiones. Siempre he pensado que mi cerebro debe ser plano como la hoja de papel blanco sobre la que empiezo cada trabajo.

Las imágenes de La Mirada Plana no tienen volúmen, están destinadas a ser reproducidas sobre un soporte bidimensional o mostradas en la pantalla de un ordenador. Las texturas, los relieves, las luces y las sombras, son una ilusión.



2 comentarios:

alfonso dijo...

Estoy asombrado
¡Cuánta belleza escondida en tu blog!
A-som-bra-dO

Estás en mi lista de enlaces
¿Por qué la gente no huye de la hortera permanente del You Tube
y se deja caeer por aquí?

E Bosch dijo...

Gracias por tus comentarios, Ñoco. ¡De verdad que reconforta tanto entusiasmo!

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